miércoles, 29 de agosto de 2012

Suelos

¿Qué es el suelo?
La palabra suelo se deriva del latín Solum, que significa tierra suelo o parcela. Los suelos se forman por la combinación de 5 factores interactivos:
  • Clima
  • Material parental
  • Topografía
  • Organismos vivos
  • Tiempo
Los suelos se forman de 4 grandes componentes:

45% materia mineral
5% materia orgánica
25% agua
25% aire
El suelo o capa superficial de la tierra, es una formación de materias minerales y orgánicas producidas por la acción geológica continuada, combinación de agentes atmosféricos como el viento o el agua, y los procesos de descomposición llevados a cabo por los microorganismos.
Química del suelo
El suelo es, químicamente, un complejo laboratorio de la naturaleza. En él se producen numerosas reacciones químicas, muchas de ellas difíciles de explicar, y otras más simples cuyos procesos pueden ser estudiados y comprendidos.
Básicamente, los suelos están compuestos de partículas minerales llamadas silicatos, los cuales constituyen los productos fundamentales de la corteza terrestre (el 95%), pues se encuentran formando parte de muchas rocas y minerales.
Cuando hablamos de la arena, arcilla, caliza, etc., nos estamos refiriendo en realidad a diferentes formas de silicatos. Los silicatos más importantes son los de sodio y potasio (vidrios solubles), los que componen el vidrio y el cristal (calcio), los del aluminio (arcilla o caolín), los del magnesio (talco), etc.
Por su parte, el suelo alberga muchos nutrientes importantes para el crecimiento de las plantas, tales como nitrógeno, fósforo, potasio, hierro, magnesio, azufre y calcio. De todos ellos, hay tres elementos principales y fundamentales, el nitrógeno, fósforo y potasio, que deben encontrarse en los suelos en formas asimilables por los vegetales, y sin los cuales no pueden desarrollarse.
Además de los citados, existen otros elementos llamados oligoelementos que, aunque también son fundamentales para las plantas, sólo los necesitan en muy pequeñas cantidades, como son el boro, cobre, cinc y manganeso; suelen encontrarse en cantidades suficientes en los suelos pero la falta de alguno de ellos puede resultar grave para la plantas.
Los coloides
Los coloides son unas partículas microscópicas de óxidos hidratados de determinados minerales, como hierro, aluminio, silicio, etc., que se mueven con el agua y son fundamentales para que las plantas puedan obtener los nutrientes del suelo. Su textura es parecida a la arcilla y no se disuelven en el agua, sino que se mezclan y dispersan con ella. Los coloides se forman por meteorización física y química de los minerales primarios (véase más adelante el apartado: componentes primarios de los suelos). Son apropiados como catalizadores por ser muy absorbentes, debido a su gran superficie.
En la agricultura tiene especial importancia las propiedades físicas de los coloides. La lixiviación, que es la separación de una sustancia soluble de otra insoluble por medio del agua, es un efecto indeseable en las tierras de cultivo, pues los coloides de compuestos originales del suelo, como calcio, potasio, sodio, etc., pueden ser lavados y desplazados, dejando un terreno ausente de nutrientes para las plantas.
En las regiones donde las precipitaciones son escasas y con pocos acuíferos subterráneos, los suelos conservan más fácilmente los nutrientes, al existir una escasa lixiviación. Por su parte, donde las aguas son torrenciales, o se riega por anegación del suelo, la capacidad de lixiviación del terreno se incrementa notablemente. Los riegos por aspersión o goteo son, en estos casos, los más aconsejables para evitar el movimiento de los coloides a través de los canales o láminas de agua formados por las escorrentías.
Intercambio de bases
El intercambio de bases es una reacción química muy importante en los coloides. Básicamente, el proceso consiste en que un elemento mineral que forma parte de un compuesto, puede liberarse de éste al entrar en contacto con el agua (se disuelve en el líquido), y de esta forma queda a disposición de las plantas para ser asimilado como un nutriente.
Cuando añadimos al suelo un fertilizante o un elemento mineral necesario, estamos favoreciendo el intercambio de bases. Por ejemplo, una actividad agrícola muy común en los terrenos ácidos (que tienen un exceso de concentración de iones de hidrógeno) es corregirlos añadiendo caliza, en esa operación la caliza reacciona con el hidrógeno y lo neutraliza; esto es necesario si deseamos cultivar la gran mayoría de plantas, como las legumbres, ya que los suelos ácidos son inviables para su normal desarrollo.
Otro ejemplo de intercambio de bases es el que sucede cuando incorporamos al suelo un fertilizante tan importante como es el potasio; parte de él se disolverá en la solución del suelo con el agua de riego o de lluvia, quedando de esta forma a disposición de las plantas para su asimilación como nutrientes, mientras que otra parte participará en el intercambio de bases y se incorporará a los coloides permaneciendo en los suelos como reserva.
Componentes primarios de los suelos
Además de los distintos minerales o nutrientes solubles de los suelos que son asimilables por las plantas por disolución en el agua, se distinguen una serie de componentes primarios.
Se pueden clasificar éstos en los siguientes:

Materia inorgánica
Los compuestos inorgánicos de los suelos no pueden ser absorbidos por las plantas al encontrarse en estado mineral (no disueltos), y son por lo tanto químicamente inactivas en términos de nutrientes para los vegetales. Resultan de la meteorización de la roca madre y rocas superficiales de la corteza terrestre. Constan de partículas de tamaños variados, que oscilan entre arenillas de 0,025 mm. y gravas o piedras de varios centímetros de diámetro.
La naturaleza física de las partículas inorgánicas del suelo determina su capacidad para retener o almacenar el agua, elemento éste que es vital para que las plantas puedan desarrollarse con normalidad. Algunas partículas inorgánicas muy pequeñas, como las que forman parte de las arcillas, aunque no aportan nutrientes por si mismas, si funcionan como almacén de muchos nutrientes que se van acumulando entre ellas, y que las raíces de las plantas pueden asimilar.
Materia orgánica
La materia orgánica del suelo es un factor muy importante para el desarrollo de las plantas. En las asociaciones vegetales climácicas (estables), son autosuficientes gracias a la constante absorción por los suelos de los restos de materia vegetal en descomposición (además de pequeños animales del suelo), que se va renovando con los propios vegetales del entorno en un ciclo ecológico indefinido. Por esta misma razón, se entiende el porqué la fracción del suelo correspondiente a la materia orgánica en los suelos de turba (origen del carbón) llega alcanzar el 95%; en las regiones húmedas entre el 2 y 5%, y en los suelos áridos o desérticos de tan solo 0,5%.
La materia orgánica de los suelos puede ser viva, como microorganismos o animales edáficos (típicos del suelo), o muerta en descomposición de procedencia animal o vegetal; la consolidación de estas materias forman lo que se denomina humus. El humus es una mezcla de sustancias dinámica, es decir, en constante cambio.
En el proceso de descomposición entran numerosas bacterias y hongos microscópicos, que digieren los compuestos orgánicos más complejos de la materia transformándolos en otros más simples que pueden ser fácilmente absorbidos por las raíces de las plantas. Algunas bacterias tienen la capacidad de fijar el nitrógeno del aire en el suelo, poniendo también este elemento a disposición de las plantas.
El humus se mantiene en equilibrio en los terrenos naturales, como los bosques y tierras salvajes, sin embargo en las tierras donde se practica la agricultura o se perturba los procesos naturales de sucesión vegetal, éste se paraliza o se altera gravemente perdiendo el suelo la capacidad de mantener la fertilidad, lo que obliga a una fertilización artificial.
Gases
Los principales gases del suelo son el oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono. El oxígeno es vital para el crecimiento de las plantas, las raíces lo absorben y utilizan en los procesos metabólicos. Además, el oxígeno también es necesario para que variados microorganismos y bacterias puedan realizar la descomposición de la materia orgánica, y cuyos nutrientes podrán ser asimilados después por los vegetales.
Por su parte, el nitrógeno es un gas que se encuentra en los suelos combinado con la materia orgánica, y aunque constituye alrededor del 71% de la atmósfera terrestre, en esta forma no puede ser asimilado por las plantas. Para ello, es necesario que se produzca en el suelo lo que se denomina nitrificación, consistente en un fenómeno por el cual los restos de la materia orgánica nitrogenada de los suelos (humus) o de la atmósfera, es convertida en nitratos por parte de determinadas bacterias; los nitratos ya pueden entonces ser asimilados por los vegetales. Todo ello forma parte de un ciclo, el denominado ciclo del nitrógeno, en el cual el nitrógeno pasa de la atmósfera al suelo, de ahí a los seres vivos, y posteriormente de nuevo a la atmósfera para repetir el ciclo.
Algunas plantas, como las leguminosas (ejemplo del guisante), son capaces de realizar el proceso de nitrificación y dejar nitratos en el suelo que podrán ser aprovechados no sólo por las propias plantas, sino también por otro tipo de cultivos posteriores que lo precisen. Podemos decir, pues, que las leguminosas son capaces de "fertilizar" la tierra por si mismas.
Líquidos
La denominada solución del suelo, o componente líquido de los suelos, es fundamentalmente agua con añadido de diversas sustancias en disolución, tales como oxígeno y dióxido de carbono.
El contenido de la solución del suelo es primordial para el desarrollo de las plantas, pues sólo a través de ese líquido pueden las raíces asimilar los nutrientes contenidos en él. Se trata de una fórmula compleja, en la cual debe mantenerse el equilibrio en nutrientes de la solución para poder decir que un suelo es fértil; cuando las plantas no encuentran en esa solución los elementos que necesitan para desarrollarse, se dice que el suelo es estéril.
Textura y perfil del suelo
El perfil del suelo es el conjunto de las capas o estratos denominados horizontes en que se divide la estructura vertical del suelo. En el caso de las tierras agrícolas que nos interesa estudiar, el perfil del suelo útil abarca solamente hasta aquélla capa u horizonte que ya no puede ser alcanzada por las raíces de las plantas.
El perfil del suelo que colonizará las raíces de nuestras plantas, está compuesto por una serie de elementos y partículas minerales de diferentes tamaños y propiedades.
La textura del suelo es la relación existente entre las partículas minerales que lo componen y el tamaño de éstas. Depende, por tanto, de la proporción de sus componentes inorgánicos: arena, limo y arcilla. La textura es fundamental en la capacidad impermeabilizante y de retención del agua, así como del mayor o menor rendimiento del sistema radicular de las plantas para asimilar los nutrientes de la solución del suelo.
La textura de los suelos puede ser modificada mediante adecuadas labores agrícolas. Se distinguen en la textura del suelo cuatro categorías principales de acuerdo con el tamaño de los granos minerales que contiene: arena gruesa, entre 0,2 y 2 mm.; arena fina, entre 0,02 y 0,2 mm.; limo, entre 0,002 y 0,02 mm.; y arcilla, cuando los granos son inferiores a 0,002 mm.
Saber cómo es la textura del suelo es importante para el agricultor. De su conocimiento en cuanto a componentes minerales y orgánicos, drenaje, aireación, etc., dependerá el éxito en la producción de las cosechas.
No se puede decir que exista una textura de suelo ideal, pues cada especie puede requerir tipos de suelo muy distintos; unas precisarán buenos drenajes, como los cereales; y otras no podrán crecer sin suelos muy húmedos, como la caña de azúcar. Las condiciones adecuadas para cada una pueden conseguirse mediante trabajos de acondicionamiento.
Por ejemplo, en un suelo excesivamente arcilloso las plantas tendrán más capacidad de asimilación de los nutrientes, pero será sin embargo demasiado impermeable y encharcará el agua o lo mantendrá demasiado húmedo; para determinadas plantas de secano es un suelo inviable y sería necesario facilitar el drenaje añadiendo arena.
En el caso contrario, un suelo esencialmente de arena gruesa tendrá un mínimo grado de retención del agua, y la asimilación de los nutrientes por las raíces de las plantas será mínimo o nulo; en la práctica es un suelo estéril.
Texturas características
Existe una clasificación internacionalmente aceptada sobre las texturas más características de los suelos, en base a la proporción de las partículas que contienen.
Se distinguen las siguientes:
Arenosa
Es una textura arenosa cuando contiene menos del 15% de arcilla. La característica principal de este tipo de textura es su gran porosidad, cuyo efecto inmediato es la percolación, es decir, la filtración de las aguas de lluvia o riego hasta la capa freática (capa impermeable en que el agua se acumula y no profundiza más). Otra característica poco deseable y citada anteriormente es su poca fertilidad, motivada porque la solución del suelo lleva consigo los nutrientes disueltos, impidiendo que las raíces puedan asimilarlos.
En los suelos de arena fina se dan habitualmente los fenómenos de "costra" en la superficie. Estos suelos pueden ser corregidos añadiendo arcilla y tierra de bosque hasta conseguir una retención de agua adecuada al tipo de plantas que se deseen cultivar.
Entre las texturas arenosas se distinguen:
- Arenosa gruesa
Con un máximo del 15% de limo y arcilla, y más del 45% de arena gruesa.
- Arenosa fina
Con menos del 15% de limo y arcilla, y máximo del 45% de arena gruesa.
Franca
Es una textura franca cuando contiene menos del 25% de arcilla. Se trata de los suelos más adecuados en términos generales para la práctica de la agricultura.
De todas formas, la textura franca agrupa variadas composiciones entre un extremo y otro de este tipo, según contenga más o menos arena, arcilla o limo y, por tanto, puede ser más o menos adecuada dependiendo de la especie vegetal de que se trate. En estos casos debe atenderse a las características del tipo de especie que deseamos cultivar para conocer que tipo de suelo franco es el más adecuado.
Entre las texturas francas se distinguen:
- Franco-arenosa gruesa
Con un máximo del 15% de arcilla, de 15 al 35% entre limo y arcilla, y más del 45% de arena gruesa.
- Franco-arenosa fina
Con un máximo del 15% de arcilla, de 15 al 35% entre limo y arcilla, y menos del 45% de arena gruesa.
- Franca
Con un máximo del 15% de arcilla, y más del 35% entre limo y arcilla (la cantidad de limo no debe superar el 45% de la composición total).
- Franco-limosa
Con un máximo del 15% de arcilla, y más del 35% entre limo y arcilla (la cantidad de limo debe ser superior al 45% de la composición total).
- Franco-arcillo-arenosa
Con un 15% a 25% de arcilla, más del 55% de arena, y menos menos del 25% de limo.
- Franco-arcillosa
Con un 20 a 45% de limo, y entre 15 y 25% de arcilla.
- Franco-arcillo-limosa
Con mas del 45% de limo, y entre 15 y 25% de arcilla.
Arcillosa
Es una textura arcillosa cuando el contenido en arcilla es superior al 25%. Las partículas de arcilla son visibles sólo al microscopio, y al mojarlas forman una masa viscosa que puede moldearse. Se trata de los suelos menos porosos, pues pueden contener gránulos de tamaño inferior incluso a los 0,002 mm. Esto significa una capacidad impermeable o de retención del agua muy alta, provocando encharcamientos.
Los suelos arcillosos son muy pesados, se agrietan y compactan cuan se secan; en términos de aprovechamiento agrícola, y salvo excepciones, forma suelos poco deseables que necesitan acondicionamiento previo. Estos suelos se corrigen añadiendo arena y tierra virgen de bosque; si la textura es demasiado arcillosa puede ser necesario en ocasiones un sistema de drenaje suplementario.
Entre las texturas arcillosas se distinguen:
- Arcillo-arenosa
Con un 25 a 45% de arcilla, y más del 55% de arena.
- Arcillosa ligera
Con un 25 a 45% de arcilla, y menos del 55% de arena.
- Arcillo-limosa
Con un 25 a 45% de arcilla, y más del 45% de limo.
- Arcillosa pesada
Con más de un 45% de arcilla.
Identificación visual de los suelos
En la mayoría de los casos no es preciso ser un experto agrónomo para identificar visualmente si un suelo es más o menos fértil, y por tanto apto para el cultivo. Aquel que pretenda dedicarse a la agricultura como una ocupación familiar, ocasional o para su propio consumo, puede obtener un rendimiento aceptable de su parcela de terreno con escasos o ningún medio técnico, tan solo mediante la observación y atendiendo a unos cuantos consejos.
Según los componentes minerales y orgánicos que contienen los suelos, así presentan una fertilidad, textura y aspecto diferentes. El color es un parámetro muy interesante para identificar visualmente las características de un suelo. Como norma general, los suelos oscuros son más fértiles que los claros. Esto está motivado por la presencia de mucha materia orgánica, lo que denominamos humus, y que no es más que restos vegetales y animales descompuestos por los microorganismos.
Allí donde existan hojas caídas, restos de plantas muertas, lombrices y otros animales edáficos (propios del suelo), así como una humedad adecuada, darán lugar con el tiempo a la formación de humus por la actividad bacteriana, que la descompone lentamente, incorporándose más tarde al sustrato, mezclándose con él y dándole ese color característico.
Hay que decir no obstante, que existen tierras oscuras o negras que no son fértiles porque su color no es debido a la existencia de humus. Por ejemplo, las tierras próximas a una mina de carbón pueden ser negras, pero su color puede ser debido al contenido de ese mineral, y que obviamente no da fertilidad al suelo. Otro factor que puede oscurecer un suelo al margen de las materias que contenga, y que no sería un indicio de fertilidad, es su extrema humedad permanente, lo que en un principio podría intuirse al tacto.
Los suelos rojizos, o castaño-rojizos suelen ser fértiles. Se trata de suelos que generalmente contienen óxidos de hierro procedentes de la meteorización de las rocas más antiguas, y que no se han visto sometidos a una excesiva humedad, motivo por el cual no reaccionaron con el agua (si lo hicieran formarían suelos amarillos). Estos suelos están habitualmente bien drenados y su nivel de humedad es adecuado para el cultivo de variadas especies vegetales.
Lo comentado es, como se ha dicho, en términos generales, pues existen algunas regiones del mundo en que los colores rojizos pueden ser indicativos de la existencia de minerales de reciente formación, los cuales no serían asimilables para las plantas; en estos casos el suelo podría ser estéril.
Los suelos amarillentos apenas son fértiles. Se trata de suelos que, al igual que ocurre con los rojizos, contienen óxidos de hierro, pero en este caso la excesiva humedad ha hecho que reaccionaran con el agua y formaran ese color. Es indicativo de un terreno mal drenado.
Por su parte, los suelos de color grisáceo pueden ser causa de una deficiencia de hierro, oxígeno, o un exceso de sales alcalinas, las cuales sería necesario reponer o corregir para la práctica del cultivo.
Los suelos agrícolas
Los suelos agrícolas son entornos que se ven sometidos a una actividad física y biológica artificial, ya que son alterados continuamente por la labores humanas.
Para comprender el porqué un suelo agrícola necesita especiales cuidados en comparación con los silvestres, en donde los vegetales crecen libremente y aparentemente sin necesidad de nutrientes externos, es adecuado una breve introducción sobre el concepto de sucesión vegetal.


Interrupción de la sucesión vegetal
Como ya se ha dicho, los suelos agrícolas (también los sujetos a explotación para pastos) están sujetos a las labores humanas, que modifican continuamente sus características con objeto de obtener el beneficio de sus frutos. Estas actividades interrumpen e impiden que se desarrolle de forma natural la llamada sucesión vegetal. Durante este proceso, en un ecosistema, los distintos vegetales nacidos aleatoriamente se ven sometidos a una lucha o competencia constante entre sí por la supremacía y dominio del entorno llamada sucesión, desde un suelo raso, pasando por distintas fases de pradera, arbustos y bosque, hasta alcanzar un grado de estabilidad relativa llamado clímax.
Cuando los vegetales alcanzan el clímax quedan perfectamente adaptados al suelo, luz, clima, entorno, etc., y pueden mantenerse así por mucho tiempo sin más necesidades nutricionales que las recibidas básicamente a través de sus raíces y hojas, mediante un ciclo biológico basado en leyes ecológicas; todo ello salvo que la estabilidad del clímax se vea interrumpida por algún fenómeno externo que rompa el ciclo, ejemplo de lo que sucedería con un incendio, que obligaría a los vegetales a comenzar otra sucesión y competencia por el establecimiento de un nuevo clímax, o en el caso típico de deforestación de un bosque para convertirlo en tierras agrícolas, que destruiría todo el equilibrio de las especies contenidas en él durante muchos años de sucesiones vegetales.
Con esta introducción se pretende explicar que en un suelo agrícola jamás se consigue una sucesión vegetal, y mucho menos un clímax, pues las características de la tierra y las plantas que se cultivan en ellas son continuamente modificadas para obtener un provecho de ellas a corto plazo.
Lo más parecido a una sucesión vegetal en una tierra agrícola, sería la que se produce cuando se abandonan en barbecho por un tiempo para que se regeneren. En este caso, los suelos quedan al arbitrio de la naturaleza; nacerán unas hierbas, otras las ahogarán, aparecerán otras nuevas que conseguirán afirmarse algún tiempo, el clima eliminará a las menos preparadas para soportar determinadas temperaturas, o niveles de agua o sequedad, otras más fuertes sobrevivirán, etc.; a esto se le llama sucesión.
Al final, muchos años después, si el agricultor no comenzase de nuevo a trabajar ese terreno, concluiría estableciéndose en él un clímax con aquellas plantas que han conseguido superar todo el proceso de sucesión, en definitiva con las plantas más fuertes y capaces, y así se mantendrían estables indefinidamente.
Sabido que en un estado clímax las plantas son autosuficientes, se puede entender que en un suelo agrícola se precisen realizar continuos trabajos de acondicionamiento del suelo y aplicación de abonos o nutrientes, pues en estos suelos las plantas asimilan y terminan por consumir los minerales que contienen, careciendo del entorno típico de una asociación clímax para recuperarlos, debiendo por tanto ser añadidos los nutrientes al suelo de forma artificial con objeto de que estén disponibles para las siguientes cosechas.
Los abonos
Ya hemos comentado las razones por las cuales un suelo agrícola debe ser mantenido en sus correctos niveles de elementos minerales. Obtener una cosecha de la tierra supone extraer de ella un conjunto de nutrientes que las plantas han necesitado para formar sus tejidos.
Cuando se recolectan patatas, tomates, plantas de flor, etc., dejamos los suelos carentes de muchos elementos nutritivos que posiblemente serán necesarios para una nueva plantación (aunque determinadas plantas, como las leguminosas, enriquecen el suelo en nitrógeno). Es por ello necesario restituir esos elementos en cada cosecha mediante abonos, sean minerales u orgánicos, o la tierra podría agotarse de forma irreversible.
La adición de elementos fertilizantes a los suelos agrícolas puede realizarse mediante abonos minerales o sintéticos, aunque desde una perspectiva de cultivo biológico es deseable la utilización de abonos orgánicos como los estiércoles y mantillos.
Estiércoles
Los estiércoles son, desde una perspectiva de cultivo biológico, los abonos más apreciados. Permiten mejorar la estructura del suelo, aportar mayor porosidad a los suelos pesados de arcilla, evitar los encharcamientos pero manteniendo un mejor nivel de retención del agua y, sobre todo, favorecer la proliferación de microorganismos que colaboran en todo el proceso de nitrogenado y aireación de las raíces.
Los estiércoles están formados básicamente de los excrementos sólidos y líquidos del ganado. Éstos, aunque podrían utilizarse en fresco, para un mayor rendimiento necesitan fermentar y curar adecuadamente antes de su utilización. El proceso habitual es formar una cama de paja y otros vegetales en la cuadra donde se introduce el animal. La mezcla de los excrementos con los restos vegetales irán creando una materia en descomposición, la cual dejaremos fermentar antes de incorporarla a las tierras que deseemos fertilizar.
Mantillos
El mantillo es un abono natural, también llamado estiércol artificial, producto de la descomposición y fermentación de diversas materias vegetales, y que se puede dejar formar directamente en el lugar donde se vaya realizar la aplicación. Técnicamente, una vez fermentado tenemos humus.
La función típica del mantillo es proteger las raíces de las plantas de las inclemencias atmosféricas, alteraciones de la humedad, o temperaturas extremas, además de facilitar la aireación y evitar la evaporación.
Las características del mantillo en cuanto a riqueza en elementos fertilizantes varía mucho de unas composiciones a otras, debido a los diferentes materiales que se pueden utilizar. En general, el mantillo aporta nitrógeno y fósforo de la misma forma que lo haría el estiércol, aunque posiblemente no posea tanta cantidad de potasio.
La composición del mantillo puede ser a base de estiércol (si no se dispone se puede omitir), hojas, hierba, paja de cereales, aserrín, e incluso cortezas trituradas de árboles (pino, alcornoque, etc.); se debe evitar añadir al mantillo partes leñosas como troncos o palos gruesos, ya que retrasará su fermentación. Este conjunto, disuelto por encima de las raíces, se va descomponiendo y termina con el tiempo formando humus.
Una gran ventaja del mantillo es que las malas hierbas no suelen aflorar a través de él. La utilización del mantillo en nuestro huerto o jardín es una buena opción ecológica que merece la pena.
Turbas
La turba es un mineral de origen orgánico. Es en realidad carbón escasamente petrificado (un carbón muy joven). La turba, mediante la acción de los agentes geológicos, se convertiría después de muchos miles de años en lo que hoy conocemos como carbón mineral.
La composición de la turba varía según el origen de las materias vegetales que intervienen. Son generalmente ácidos y poseen muchos nutrientes aprovechables por las plantas. La tierra de turba es un producto útil para el jardinero, especialmente en la preparación de mezclas para semilleros, macetas, jardineras, etc., aunque potencialmente caro. Es muy deseable para rebajar el nivel de pH en las tierras agrícolas alcalinas; también para mejorar la retención de la humedad y los suelos arcillosos muy pesados.

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