La
vida en la tierra depende de la energía del sol que llega a la superficie
terrestre y queda a disposición de los seres vivos.
A
150 millones de kilómetros de distancia el sol libera enormes cantidades de
energía, una pequeñísima fracción de esta energía llega a la tierra en forma de
ondas electromagnéticas, que incluyen calor, luz y radiación ultravioleta. De
la energía que llega, gran parte es reflejada por la atmósfera, las nubes y la
superficie terrestre. La tierra y su atmósfera absorben una cantidad aún mayor,
y sólo queda alrededor de 1% para ser aprovechada por los seres vivos. Del 1%
de la energía que llega a la tierra en forma de luz, las plantas verdes y otros
organismos fotosintéticos capturan 3% o menos. En conclusión la vida en la
tierra se sostiene con menos de 0,03% de la energía que la Tierra recibe del
Sol.
Todas
las transformaciones de la energía obedecen a las leyes de la termodinámica. La segunda ley de
la termodinámica gobierna los patrones de flujo de energía a través de los
ecosistemas.
La
fotosíntesis y el flujo de la energía
La
energía entra a las comunidades por la vía de la fotosíntesis. Esta energía
alimenta los procesos del ecosistema.
La tasa o intensidad a la
cual las plantas (productores de un ecosistema) capturan y almacenan una
cantidad dada de energía se denomina productividad primaria bruta, la que está
determinada por la cantidad de agua y temperatura disponibles. Y producción primaria neta es la que queda
luego de restar la energía que las plantas usan para su mantenimiento (como
respiración, construcción de tejidos y reproducción). Parte de esta energía (la
que forma los tejidos vegetales) es consumida por animales herbívoros o usada
por otros organismos cuando la planta muere. Las plantas contienen mucha menos
energía que la que asimilaron debido a la gran cantidad que consumen para su
mantenimiento, solo la energía que las plantas no usan para mantenerse está
disponible para ser almacenada por los animales.